Las olas de calor que azotan al planeta en julio de 2025 han encendido las alarmas de científicos, gobiernos y organismos internacionales. En Europa, Asia y América, las temperaturas han alcanzado niveles récord, con ciudades como Barcelona registrando el junio más caluroso desde que existen datos. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) advierte que el calor extremo ya no es una anomalía estacional, sino una realidad estructural provocada por el cambio climático. “Es algo con lo que tenemos que aprender a convivir”, declaró Clare Nullis, portavoz de la OMM. Esta nueva normalidad exige medidas urgentes para proteger a las poblaciones más vulnerables y adaptar las ciudades al clima.
El calor extremo no solo afecta la salud humana, sino también la infraestructura, la economía y la vida social. En Francia, se cerraron más de 1.300 escuelas y se suspendieron actividades turísticas como el acceso a la cima de la Torre Eiffel. En Italia, se prohibió el trabajo al aire libre en horarios críticos tras la muerte de un obrero por golpe de calor. En Turquía y Grecia, los incendios forestales se intensificaron debido a las altas temperaturas y los vientos secos. La OMM califica al calor como un “asesino silencioso”, cuyas víctimas suelen quedar fuera de las estadísticas oficiales. Cada ola de calor representa una amenaza directa a la vida y al bienestar colectivo.
El cambio climático inducido por el ser humano es el principal responsable del aumento de las olas de calor desde la década de 1950. La quema de combustibles fósiles como carbón, petróleo y gas libera gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera. Esto ha provocado que los últimos diez años sean los más calurosos registrados en la historia moderna. Además, el calentamiento del mar Mediterráneo intensifica las temperaturas en tierra firme, generando condiciones extremas en zonas urbanas densamente construidas. La OMM insiste en que cada fracción de grado cuenta y puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Los expertos recomiendan medidas inmediatas para enfrentar esta nueva realidad térmica. Entre ellas, sistemas de alerta temprana, planes de acción coordinados, y adaptación urbana con más espacios verdes y edificaciones resistentes al calor. También se promueve la transición energética hacia fuentes renovables que no emitan gases contaminantes. En el ámbito doméstico, se aconseja evitar la exposición solar, hidratarse constantemente y ventilar los hogares en horarios adecuados. La prevención y la educación climática son claves para reducir los impactos del calor extremo.
La pregunta que plantea el titular —¿es este calor la nueva normalidad?— ya tiene respuesta: sí, y será cada vez más intenso si no se actúa con urgencia. El planeta enfrenta una emergencia climática que exige cooperación global, políticas públicas robustas y cambios en los hábitos cotidianos. La ciudadanía debe estar informada y preparada para convivir con temperaturas extremas como parte de su entorno. El calor ya no es solo una estación: es un desafío permanente. Y cada acción cuenta para evitar que esta nueva normalidad se convierta en una condena irreversible.
Fuente: Deutsche Welle